Cuando se nos da de manera espontánea aquello de volver a ser niños y abrimos nuestros corazones, imagino que la naturaleza experimenta un gozo superlativo, debe sentir que nos abrimos a recibir los talentos que “Dios” nos ha concedido.
Seguramente cuando no nos cuestionamos ni reprimimos, el sonido de aprobación asciende a través de ella y el mundo entero desborda magia,
Ese milagro llena nuestros corazones porque vislumbramos por un instante la alegría de la vida.
Es por eso que admiro a los niños, podemos aprender tanto de ellos.
Podemos recordarnos, volver a nuestra esencia más pura. Admirarnos de tanta pureza que tenemos y que lamentablemente la hemos tapado con gruesas mantas de «cosas de adultos».
Me doy cuenta que los problemas del mundo, desde los crímenes en los barrios más humildes hasta las guerras a gran escala y el terrorismo, las cárceles superpobladas o cualquier acción miserable de abuso de poder político, jurídico, policial, etc., es consecuencia de que fueron niños con una infancia robada.
Tengamos consciencia de proteger sus corazones y mentes. Es nuestra responsabilidad si queremos ver un cambio armonioso para la humanidad.
La magia, la maravilla, el misterio y la inocencia del corazón de un niño, son las semillas de la creatividad y la compasión que sanarán al mundo.
Realmente lo creo.
Lo que debemos aprender de ellos no es algo pueril, estar a su lado es regresar a lo que fuimos, es la sabiduría; la conexión más profunda de la vida.
Esa que siempre está presente y que solo pide ser vivida.
Ese es el camino y allí están las soluciones que esperan ser reconocidas para todo lo que aqueja a nuestros corazones y al planeta.
Allí está la cura a tanto dolor y desasosiego.
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