Podemos pensar que sanar y curar son sinónimos. Sin embargo, no pueden ser más diferentes.
Aprendí sobre mí mismo y observando a otras personas a lo largo de muchos años, que dentro de los hospitales y luego fuera de ellos, puede haber sanación sin curación, así como puede haber curación sin sanación.
Hay pacientes con cáncer, por ejemplo, que han sanado antes de que sus cuerpos mueran, sin embargo, su sanación no ha interrumpido el paso a otro plano.
Y hay pacientes que se han curado de la enfermedad que les llevó al hospital pero no han sanado, es decir, su accionar en la vida continúa igual y esto estimulará una recaída en algún momento. La enfermedad o cualquier experiencia adversa llega para producirnos un cambio. Lamentablemente estamos tan dormidos, que ese aprendizaje no llega por consciencia sino por dolor.
La sanación es un proceso que va mucho más allá de la curación. Sanar implica la aceptación de lo que es, para qué se nos presenta, y la paz que esto trae consigo.
Es ideal sanar las emociones que han llevado a nuestro cuerpo a expresarse a través de lo que llamamos enfermedad. Eso nos sucede cuando no estamos siendo coherentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos. En ese contexto, llevaremos una vida con aprendizajes desde el dolor y no desde la consciencia.
Hasta despertar.
Es bueno comprender que podemos perder una pierna y sanar, a pesar de que la pierna no se haya curado. Y también podemos pasar por el hospital e irnos de alta a casa con nuestra enfermedad curada, pero sin haber sanado.
Pronto se repetirá otro episodio seguramente, ya que el cuerpo expresa nuestro mundo emocional, es decir, la emoción que produjo ese capítulo en nuestras vidas continuará haciendo estragos dentro de nosotros, si no la sanamos.
La diferencia entre la sanación y la curación está en uno mismo, en lo que uno aprende acerca del proceso de la enfermedad y cómo la integramos a nuestra vida. La diferencia está en la aceptación.
Un premisa sanadora, es comprender que no debemos luchar contra ella, sino integrarla con amor. La lucha contra una enfermedad, la hace más grande, así como con todo lo que nos planteemos pelear contra la vida.
Esta es una creencia que sería bueno cambiar, dejar de decir: «venceré esta batalla», «soy un guerrero (a)» y cosas por el estilo. No hay batalla que librar, y sí todo que integrar desde el amor.
Ver la vida sin lucha nos allana el camino.
Habiendo llegado a un estado de enfermedad, es vital tener una mente en paz, independientemente de lo que el cuerpo está o no está haciendo, y sobre todo de lo que sucederá.
Desde el «para qué», tendremos una perspectiva más clara de qué nos quiere decir determinada experiencia, es decir, «para qué» la vivimos.
El «para qué» nos coloca en una perspectiva de aprendizaje y el «por qué» nos hace ver las cosas desde el victimismo, gran detalle. Esto nos sucede tanto en la vivencia de una enfermedad como en cualquier relación tormentosa con otra persona, incluso dentro de cualquier contexto social o económico.
Desde el victimismo acostumbramos a echarle la culpa y la responsabilidad a otros o a las circunstancias externas por lo que nos sucede; en cambio, desde el «para qué», nos llevamos a concientizar que todo viene desde nosotros, como únicos responsables de lo que nos acontece.
Seguramente hay algo emocional por sanar y así cambiar las circunstancias adversas que nos hemos creado. Algo que está más allá de nuestro cuerpo.
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