Se denomina curación espontánea, regresión espontánea o remisión espontánea a la mejora o cura inesperada de una enfermedad que normalmente sigue otro curso clínico.
El término remisión espontánea se usa frecuentemente en casos de enfermedades crónicas o graves, como el cáncer que mejora sin causa conocida para la ciencia.
Yo soy muestra viva y absolutamente sana de esto, esa es la razón por la que escribo sobre ello con base, desde la práctica y no desde la teoría. Soy un sobreviviente de mí mismo, de la incoherencia que me arropó durante la mayor parte de mi vida y que me hizo vivir experiencias de dolor (como a todos).
Yo, como único responsable de todas ellas. Nótese que no hablo de culpa, sino de responsabilidad. La culpa es una herramienta creada por el hombre para castigarse.
Tanto en mi primer libro, «Más allá del cuerpo», como en el reciente, «Regresar, la humanidad nos requiere de vuelta», e incluso en este blog, hablo desde el estudio y la investigación sobre sanación cuántica (una realidad presente) y la epigenética conductual, herramientas que me permitieron cambiar la sentencia de un médico; con las que pude comprender para qué nos suceden determinadas experiencias y cómo las atraemos.
ESTAMOS MÁS DORMIDOS
QUE DESPIERTOS
Cuando «despertamos» descubrimos, entre otras cosas, que podemos prescindir de experimentar cualquier tipo de enfermedad para aprender. Hasta que esto sea así, ellas serán la expresión de algo que nos falta. En ese contexto, tomémosla como maestra.
No obstante, hagamos consciente que no requerimos de este recurso ni de ninguna otra experiencia desde el dolor para aprender.
Si la atraemos, tomémosla como un acto de amor para encontrarnos, ella llega para decirnos que hay un punto donde nos extraviamos de nuestra esencia más pura. Un punto de ruptura.
No viene para que peleemos contra ella, eso es absurdo. Las batallas no dejan nada bueno, pero se ha glorificado y enaltecido ese término colocando a las personas que simplemente tienen que superar determinada circunstancia, como si estuviesen a punto de entablar una lucha contra un monstruo. Una batalla. Entonces, hasta se les llama guerreras.
Se han puesto a pensar lo que significa ver y sentir toda experiencia en nuestras vidas como una batalla que enfrentar. Por esa razón todo se hace cuesta arriba. El sentido anquilosado de batallar nos describe una vida donde tenemos que combatir, luchar, reñir, contender, hacer armas, lidiar, llegar a las manos. Esto es realmente agotador y termina con nuestra fuerza vital en cualquier contexto de la vida; y si creemos en ello, ¿cómo creen que serían nuestras experiencias?
Eliminemos de nuestro vocabulario la palabra batalla y lucha, no hay batalla que librar y todo por integrar, desde el amor.
En el caso del cáncer, por ejemplo, todo nos dice que: “Lucha contra el cáncer”. Esa no es la ruta. En ningún caso hay batalla que librar.
Toda tu fuerza la requieres para reavivarte (desde adentro hacia afuera).
Toda circunstancia aparentemente adversa nos muestra un estado de incoherencia absoluto entre lo que pensamos, sentimos y hacemos. Nos muestra que estamos más dormidos que despiertos.
EN EL CASO DE
EXPERIMENTAR ENFERMEDADES
Gracias enfermedad, estás haciendo que aprenda a ser yo mismo, pero desde hoy decido aprender desde mi consciencia y no desde el dolor. Ya no te necesito.
Llamar una enfermedad “incurable” es porque ha alcanzado un nivel donde no se puede curar por medios externos, es cuando consideran que no hay nada por hacer más allá de los aportes de la ciencia a través de sus maravillosos avances. En ese instante es preciso ir a nuestro interior para sanar. Ir más allá del cuerpo.
Sanar la emoción que nos ha producido dolor durante algún tiempo es vital para que nuestro cuerpo no continúe manifestándose a través de una enfermedad. Al hacerlo consciente, despertamos, y nuestro organismo con ello.
El dolor solo puede alimentarse del dolor, jamás puede alimentarse de alegría ya que la encuentra indigestible.
Una vez que el cuerpo del dolor nos ha dominado queremos más dolor, es una adicción. Nos volvemos víctimas o victimarios. Queremos infligir dolor o recibirlo (o las dos cosas).
Obviamente esto es algo inconsciente, por supuesto, y afirmaremos que no queremos sufrir, pero observémonos detenidamente, descubriremos que nuestros pensamientos y conductas están diseñados para conservar el dolor, preservarlo en nosotros mismos y en los demás.
Si fuéramos verdaderamente consciente de ello, el patrón se disolvería, porque querer dolor o más dolor es demencia y nadie está demente conscientemente.
Por lo tanto si no traemos la luz de nuestra conciencia nos veremos obligados a vivir el dolor una y otra vez, y «para remate», los demás o algún Dios, serán los culpables de nuestro mundo al revés e injusto.
En la mente del hombre se crea su paz y en esa misma mente se crea su guerra. Solo necesitamos el hombre en paz consigo mismo para un cuerpo pacífico, respetuoso, amoroso.
Sentir que estamos peleando contra algo nos agotará y disminuirá emocional y físicamente. Requerimos desarrollar fuerza centrípeta, no centrífuga. La fuerza centrífuga es la tendencia de un objeto a seguir una trayectoria curva mientras se aleja de su centro; observa bien esto, nos alejamos de nuestro centro. Mientras que la fuerza centrípeta es la que mantiene un objeto en movimiento con una velocidad uniforme y una trayectoria circular, va alrededor del radio del circulo desde el objeto y hacia el centro. Nuestra fuerza se mantiene, no se diluye.
Cuando nos mostramos, públicamente, enfermos a través de imágenes, ya sea fotos o videos, estamos produciendo en nosotros mismos y en los demás una sensación de escasez. Escasez de salud.
Nos mostramos desde la enfermedad y eso es lo que recibe nuestra esencia más pura, el inconsciente no conoce de doble sentido.
La gente se aterra y empieza a pedir a un Dios, que no tiene nada que ver con nuestro estado, para que nos cure. Y no tiene nada que ver porque no existe un Dios que está esperando en una esquina a que nos equivoquemos para enviarnos un castigo, fuimos nosotros mismos quienes lo engendramos. Por esa razón hablo de responsabilidad. Somos los responsables de todas nuestras circunstancias.
En cambio si nos mostramos desde la salud, recibiremos salud.
Tampoco pidamos oraciones, no necesitamos de eso, no necesitamos de nada externo sino de nosotros mismos para sanar. Recordemos aquello del «libre albedrío», podemos tener un stadium con 100.000 personas orando por nosotros día y noche pero si nuestra alma no quiere sanar, no lo hará.
Dios no está allá afuera y tiene tal o cual imagen, él está dentro de ti, eres tú. Te toca a ti ser su mejor imagen y semejanza.
Así como tuvimos el poder para enfermar
lo tenemos para sanar.
No hagamos el papel de moribundos, lo hacemos desde el dolor y el victimismo, no nos creamos ese personaje, sintámonos vivos; simplemente porque lo estamos, seguimos aquí.
Aunque tu espejo te diga «enfermo», no hagas caso de esa imagen, es solo algo externo al que le has dado poder, por dentro estás vivo.
Tenemos la fuerza vital, la hemos opacado sin querer; seguimos siendo la llama encendida, hagámosla crecer, resplandecer. Si creemos en ello con lealtad inquebrantable, entonces se manifestará. Renaceremos.
No luchemos contra el cáncer ni contra ninguna otra enfermedad o circunstancia. Ámala e intégrala a ti.
Sé que suena extraño, pero cuando luchas contra algo lo haces más grande, en cambio cuando lo haces tuyo y lo cobijas en tu corazón sucede eso que la gente llama “milagro”.
A ti, que no te conozco personalmente, te abrazo, y de corazón a corazón quiero decirte que sí puedes sanar. Es vital (literalmente) un cambio de creencias.
Nosotros no poseemos creencias, ellas nos poseen. Elijamos bien.
Tomémonos de la mano en esto de crecer.
https://www.amazon.com/dp/B07GY4P1B9/ref=cm_sw_r_cp_api_H0VKBbDMH4SGY
https://www.amazon.com/Sebastian-Falco-ebook/dp/B0B9NR4G8L/
Compartir