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Feliz cumple mi amada Caracas, a tus 454 años de fundada. 

Mi entrañable hogar.

Desde 2016 he estado en dos ocasiones en Caracas. Para mí, eso es estar en el mejor lugar del mundo.

Amo verme en sus calles y en cualquier contexto dentro de ella. No la critico ni juzgo, menos hablar mal de ella. Sería sacrílego. Es perfecta.

Allí, en ese espacio de Madre Tierra que me parió, la de la montañota mágica, nunca voy de visita ni de regreso, siempre estoy en ella. En general, uno nunca va a visitar al papá o a la mamá, uno va y ya.

¿Cómo puedo estar de visita en el sitio donde tuve la niñez más alucinante que niño alguno puede tener?

Uno llega y se instala.

En mi ciudad cumpleañera, aprendí cosas importantes; hacer y volar un papagayo, no parar de meter la perinola, jugar barajitas (de lo que fuera) y así poseer “senda paca”, o vivir la transición donde el yoyo pasó de algo básico, a uno que se mantenía en su cabulla y levitaba para hacer malabares con él.

Donde coleccionaba estampillas, tuqueques y aromas, donde jugaba metra (tenía hasta bolondronas) y el máximo orgullo consistía en “jugar rayo” y hacer una “rucha” (quedarse con las de todos), pues así se aumentaba la colección y se lograba tener una gran variedad en colores llamativos, sobre todo algunos diseños que parecían ser únicos en su especie.

CARRUCHA

 


Donde me lanzaba del puente de El Paraíso a San Juan con carruchas hechas por uno mismo (especie de tabla con cuatro ruedas y un cordón en las dos delanteras que fungía como volante, y que casi nunca obedecía). Ese San Juan es el mismo de Óscar Yanes y donde mucho despues nació el IUDET.

 

 

 

Mi Caracas, donde tomaba grapette de uva comiéndome un toronto (todo por un medio). Donde conocí hasta la locha.

Donde viví la aventura de buscar Morocotas con mi panas de infancia, creyéndonos el cuento de algunos viejos, que debajo de las pensiones que tumbaban en el centro, las enterraban. No encontramos ese tesoro, lo único que hallamos fueron piedritas color ambar. Luego, el tesoro, fue este recuerdo.

¿Cómo estar de visita en el lugar donde cuadrábamos cómo matar “la fiebre” de la bici? Íbamos desde “la zona” hasta El Junquito o hasta La Guaira, donde también con ese grupete, agarrábamos carpa en mano, un pocote de enlatados y aguita, para acampar en El Ávila (en una ocasión, al que tenía que llevar el abrelata, se le olvidó). ¡Su mae!

Donde hay árboles que tapizan el piso de mangos. En Los Chorros, donde estaba mi colegio, estaba full de ellos. Allí donde caen por doquier, los agarras y te lo zampas (comer o beber con ansia, rapidez y sin moderación).

CACHITO

 

¿Quién llega de visita a la dimensión donde conocí la lluvia de “cachitos” producida por los Jabillos?, que luego tomaba del suelo y pulía con crema de zapatos para hacer “collares burda de finos con cuerito y todo”.

 

 

Aquí aprendí todo lo importante para mi vida de adulto.

No solo aprendí a manejar carruchas, también bici, moto, carro, tractor, camiones, patines y afines.

¿Cómo ser un simple visitante en el lugar donde me jubilaba de clases (no pocas veces) para jugar béisbol en el estacionamiento de Parque del Este? “Le dábamos”, aunque cayera un palo de agua, y jugábamos con pelotica de goma o un cartón de cuartico de jugo que forrábamos con tirro hasta darle cierta redondez (antes desayunábamos par de empanadas con frescolita en el CC Trébol, de Los Dos Caminos).

Mi amada ciudad, donde por allá a mediados de los 70, también aprendí a “jugar chapita” (béisbol con palo de escobas y “chapas” de refrescos), y que cuando nos sacaban de “La matica” (terreno que daba su nombre al hecho de que solo había una matica al inicio del mismo y que hacía las veces de Home), caminábamos unas cuadras y nos metíamos en el terreno en el que estuvo el edificio de la SN, desde 1949 hasta 1953 (seguridad nacional de Pérez Jiménez). Era un inmenso y profundo terreno en El Paraíso, que en su ala norte daba a la autopista del este y que el sonido del cristal hecho pedazos, de algún carro, nos indicaba que el batazo fue jonrón.

A veces teníamos que salir huyendo de allí, con la mejor música de fondo que recuerdan mis oídos, las risas de mis panas. Los mismos, que cuando quedábamos sedientos de “tanto joder”, tomábamos agua de cualquier chorro “mal parao”. Eso sí, sin pegar la boca, porque sino los que seguían atrás te recordaban a tu mamita. Sudorosos, llenos de tierra, rompe vidrios, pero educados en eso de no pegar la boca de algún “tubo oxidao”.

 

También jugábamos fútbol en todas los terrenos baldíos habidos y por haber, y en que el momento más serio de las caimaneras era cuando seleccionábamos a los amigos.



Aprendí de tantas personas tantas cosas. Todo.

¿Cómo puedo estar de visita en la ciudad donde di mi primer beso mal dado?, donde me enamoré para siempre de las millones de mujeres  multicolor que andan por sus calles (con ritmos únicos), de miradas sonrientes, que tienen “el humor de uno”, “un algo”, “una cosa ahí”, que no tiene ninguna otra (quizá por eso no logro fijarme en una de otro sitio y estoy al lado de una hermosa representante de ellas). Además, allí aprendí a bailar salsa y apasionarme por el bolero.

En mi ciudad, en mi país, jamás puedo llegar de visita porque en él me convertí en adulto, en profesional, en donde descubrí la energía transmutadora de la actuación. Donde tuve los maestros más hermosos y talentosos, donde me reconocí como artista. Donde, luego, impartí esos conocimientos durante más de un cuarto de siglo.

¿Cómo estar de visita en el lugar donde me hice padre y conocí mi capacidad de amor incondicional? Eso de amar con absoluta aceptación y respeto.

AREPAS

 

Donde a lo largo de mi vida he tenido las experiencias más divertidas, con los amigos más entrañables, donde mi padre italiano y transparente, por lo blanco, dice que es de Barlovento y mi madre también italiana dice “marícono” muy bien acentuado, y aman la arepa, la cachapa, el diablito, hasta un sancocho con “aquella pepa`e sol”. Ellos a sus ochenta y dele, siempre son venezolanos estén donde estén, y lo ejercen.



Nunca llego de visita a mi Caracas cumpleañera, soy siembra de ella. Nadie visita al padre o a la madre. Uno llega y ya.

De visita estoy en otros lares sin importar el tiempo que transcurra, ni las cosas que haga.

En Caracas no puedo ser visita. En mi ciudad, en mi país, me conmuevo con su gente, que es mía… y me veo en ellos… soy yo. El de verdad.

Felicidades Madre.

https://es.wikipedia.org/wiki/Caracas

CARACAS

 

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