Hoy 28 de junio, en mi Venezuela amada, es el día nacional del teatro.
El teatro no está aquí para distraernos, sino para despertarnos. Quienes escriben hoy tienen una responsabilidad: contar aquello que inspira, no lo que entretiene.
Nos inundan historias que buscan complacer. Pero las historias importantes no deben complacer, deben permanecer. Deben perturbar, arañar, quemar.
Escribir es un acto político. Incluso elegir el silencio lo es. Cada palabra puede ser un testimonio. Cada escena, una toma de posición.
Ya no necesitamos protagonistas “bien escritos”. Necesitamos decir lo indecible. Quienes entran al teatro no deben salir iguales. Deben llevarse consigo una pregunta, una responsabilidad, una chispa.
El público no es un cliente. Es un testigo.
Hay un error que seguimos cometiendo: creer que el teatro está aquí para hacernos olvidar. Para hacernos pasar una buena noche. Para entretenernos. Para distraernos (realmente lo menos que necesitamos es que nos sigan manteniendo distraídos).
No seamos cómplices.
Hoy más que nunca, la tarea de quienes escriben es exactamente la contraria: no deben consolar, sino despertar. No deben acariciar, sino arañar. No deben vender entradas, sino transmitir urgencias. Las historias ya no bastan.
Solo nosotros tenemos la oportunidad de obsequiar un espacio en donde nace un acontecimiento único e irreemplazable, un suceso efímero que solo acontece una vez en la vida y cuando se repite siempre será distinto.
Hagamos el teatro que perdura, el que mueve, hagámoslo desde cualquier excusa, desde la comedia o el drama, desde toda posibilidad creativa, sanemos desde su sentido místico. Hagamos el teatro que no tiene precio.
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